8/4/11

Smart Dust

Bien es sabida mi devoción al espíritu comercial de los científicos y otra gente que se dedica a investigar. En el fondo de nuestro ser somos todos personas de traje y corbata, personajes dignos de Mad Men, que trabajan en publicidad buscando el nombre y el eslogan más adecuado para un producto. Alto, no quisiera que os lo tomarais al pie de la letra: un porcentaje extremadamente alto de la investigación es puramente teórica y nunca verá la luz comercialmente como un producto. Pero aún así, tienes que vender la idea a los revisores y a la comunidad en general, para que te tomen en serio.


Hay que ser bastante cuidadoso cuando les pones título a los artículos, o cuando decides cómo se llamará un concepto (un protocolo por ejemplo) que aún no tiene nombre. Otro arte lingüístico-comercial consiste en llamar a las cosas con nombres complejos e difícilmente recordables pero que luego se abrevian en un acrónimo espectacular. Ese es otro tema que nos llevaría tiempo desarrollar, y en un principio yo no tenía previsto desvariar en exceso hoy.

Hay casos en que el ingenio se agudiza y se acierta en dar nombres bastante significativos. En concreto, yo quisiera hablar hoy de lo que se ha denominado con bastante éxito Smart Dust, que traducido vendría a ser Polvo Inteligente. Se suele hablar de este concepto cuando se pregunta por las aplicaciones que pueden tener las nanomáquinas.

Las nanomáquinas, por definición, son artilugios de tamaño increíblemente reducido. Debido a eso, todo lo que ellas puedan hacer tienen un alcance bastante reducido: detectar componentes químicos o comunicarse con otras máquinas se hará en las proximidades de la nanomáquina. Creedme, eso es muy poco.


Es por eso que ingenieros en telecomunicaciones entran en este tema. Es necesario comunicar a las nanomáquinas de manera que puedan compartir información y funcionar como un ente más grande y complejo. El alcance aumenta significativamente, también. De todas maneras, es difícil imaginarse aplicaciones para las nanomáquinas en nuestro mundo si no es que se utilizan cantidades ingentes de nanomáquinas conectadas entre ellas, en un entorno que en inglés llaman massively deployed (masivamente es un concepto bastante esclarecedor).

Así pues, tienes millones de partículas minúsculas, casi invisibles, presentes en todas partes (de un entorno concreto) sin dejar ningún rincón libre. Precisamente de aquí surgió el concepto de "polvo". Los que desgraciadamente se encarguen de la limpieza del hogar entenderán perfectamente la analogía: el polvo, siendo minúsculo, se reúne en cantidades increíbles y llega a lugares inaccesibles. La diferencia está, por supuesto, en que el polvo común no tiene ninguna utilidad, mientras que el polvo formado por nanomáquinas es programable y tiene capacidad para detectar, procesar y/o actuar de una manera inteligente. Ya tenemos, pues, el polvo inteligente.


La analogía se completa con el nombre que se ha extendido bastante en los círculos científicos para denominar a los pequeños dispositivos que forman el polvo inteligente. Por ejemplo, los sensores, al hacerse cada vez más y más pequeños sin perder complejidad, pasaron a llamarse comúnmente sensor motes. Evidentemente pues, el polvo está formado por motas de polvo.

Mota de polvo inteligente. Fuente

El número de aplicaciones que pueden tener un conjunto de sensores capaces de compartir información entre ellos, procesarla y actuar consecuentemente, sólo está limitada por la imaginación del que piensa. Si dotas a la pintura de este polvo inteligente puedes rechazar la humedad, neutralizar sustancias tóxicas, detectar y hacer saltar la alarma cuando haya radiactividad. Si dotas a un tejido con este polvo puedes neutralizar el sudor, aplicar calor cuando hace frío, o hacerse impermeable cuando detecta agua. Si te tomas un sobre de polvo mezclado en agua, quién sabe si éste llegará a tu torrente sanguíneo donde se podrán hacer mediciones de ciertos componentes o actuar contra alguna enfermedad.

¿Cuál te imaginas tú?
Sergi

1 comentario: